Camino de las Tierras de Tavara

Emprendo el viaje a las Tierras de Tavara cuando todavía es de noche en Madrid. Voy conduciendo mi coche relajadamente, camino del sur, hacia una región que todavía es remota, intrincada y que está lejos de todas partes. Cosa que en estos tiempos en los que tanto se viaja constituye uno de sus mayores alicientes y es siempre garantía de vivir experiencias interesantes y distintas. A este rincón del Norte de Andalucía, que constituye su extremo más oriental y se incrusta en La Mancha (y por muy poco en el Levante, pues el norte de la provincia de Murcia queda ya muy cerca) hay que ir a propósito, alejándose de las rutas generales, de los atascos y de las prisas.

No es paso obligado para ir a ninguna capital ni ciudad importante, y sin embargo se accede desde Madrid con gran comodidad y atravesando interesantes paisajes. Me dirijo a una zona olivarera de tradición inmemorial. España es el mayor productor de aceite de oliva del mundo. La provincia de Jaén es la mayor productora de España, y por si sola aventaja en producción a Italia, que es el segundo productor mundial. Pero es que además, encontramos en estas tierras un producto de calidad excepcional, por lo cual no sólo hablamos de cantidades, sino también de calidades.

Para llegar desde Madrid a las tierras que los fenicios denominaron Tavara y es hoy la Sierra de Segura hay que cruzar La Mancha, de Norte a Sureste. Dejando atrás el cinturón industrial de Madrid, enseguida me sumerjo en las amplias llanuras manchegas, mucho más despejadas de tráfico. Me detengo en Tembleque para tomar un café. Aunque la Primavera ya está próxima, el aire en el exterior es gélido. Breve paseo por su plaza porticada, tan hermosa, cuadrada y con sus plantas de corredores con columnas de madera. Se agradece entrar en un bar ubicado junto a la plaza, y me sorprende comprobar lo concurrido que está a la hora del desayuno. Tantos años dejando al lado de la carretera este bonito pueblo toledano, de calles despejadas y con un palacio del siglo XVIII verdaderamente impresionante, y nunca me había detenido, en ese afán de ir ganando kilómetros hacia el destino final de otros viajes.

Para algunos, el paisaje de la Mancha es monótono e irrelevante. A mi cada vez me gusta y me interesa más. En su simplicidad inmensa se aprecia una hermosa gama de colores. Su tierra es un repertorio de rojos, ocres, naranjas, cremas, verdes y marrones, propios de la paleta de pintores aquí nacidos, como Benjamín Palencia. Un paisaje bucólico salpicado con casas de labranza aislada, algún rebaño de ovejas o la torre de la iglesia de algún pueblo en el horizonte interminable, como si fuese un navío anclado en tierra. En el cielo, una bóveda intensa y azul, frecuentemente adornada con formaciones de nubes altas. Ha llovido muchísimo en estas semanas. Tanto que ni se recuerda, o se afirma que hacía más de sesenta años que no caía tanta agua.

En Manzanares me desvío de la carretera de Andalucía por carreteras secundarias, y aquí comienza la parte más interesante de mi ruta. En las afueras del pueblo me detengo para hacer una foto del camino del cementerio, cuyas paredes blancas y alargadas siguen la fisonomía de la arquitectura tradicional manchega.

Cruzo la provincia de Ciudad Real, encharcada como nunca la he visto, y tras pasar La Solana, me desvío brevemente hasta llegar a San Carlos del Valle, siguiendo la recomendación de mi amigo José Antonio Fernández Hidalgo. Que bien que le hice caso. El pueblo es pequeño, muy pequeño para una región en donde los pueblos suelen ser muy grandes, pero el conjunto monumental que conforma su Plaza Mayor y su Iglesia barroca es una verdadera maravilla oculta y hasta ahora desconocida para mi. El recinto posee un ambiente colonial, y es un perfecto escenario cinematográfico. No hay un alma, mucho mejor así. Accedo a la plaza por uno de los arcos de las esquinas y paseo en solitario por debajo de los soportales, tomando fotos. Están construyendo una Hospedería, y me hago promesa de regresar para pasar una noche en este lugar. Verdaderamente, esta es una de las plazas más hermosas de toda La Mancha.

Villanueva de los Infantes está muy cerca, y es un destino mucho más conocido. No es de extrañar, pues aparte de ser uno de los grandes enclaves culturales de nuestro Siglo de Oro, se trata de uno de los pueblos más hermosos e importantes de toda su región y es un destino turístico más que recomendable, con su hermosa plaza y sus calles repletas de palacios renacentistas y casas blasonadas, conventos, iglesias y edificios civiles muy notables. Desde aquí, en el corazón del Campo de Montiel, la carretera me acerca a Andalucía, que ya parece intuirse en el horizonte.

Cruzo Montiel y Albaladejo, y cambia el paisaje. La campiña es llana, de un verde rabioso, surcada por arroyos y con unas impresionantes encinas. Me detengo nuevamente a hacer fotos, disfrutando de unas dehesas que se han preservado a lo largo de los siglos. Estoy en las estribaciones de las Sierras de Alcaraz y del Relumbar, y ya a un paso de la Sierra de Segura, que es mi destino y está enfrente. No pasa ningún vehículo, y el silencio es total, salvo al presencia de algunas aves. La linea divisoria entre Castilla y Andalucía es muy pintoresca. Una pequeña ermita blanca, un puentecito sobre el río Guadalmena, pequeño pero muy crecido en estas fechas, y entramos en la provincia de Jaén.

Y ya he llegado a las Tierras de Tavara, que siempre fue tierra de frontera, a un paso de Puente de Génave y de la Puerta de Segura. Aquí, el olivar es el rey del paisaje. Olivos a un lado y a otro, olivos trepando por las laderas, olivos al mismo borde de la carretera. Sin el olivo centenario, no puede comprenderse la esencia de esta tierra ni de sus gentes. El Parque Natural Sierras de Cazorla, Segura y las Villas, que protege esta comarca, es el espacio protegido más extenso de España (209.920 Ha) y el segundo de Europa.

Aparco mi coche en la almazara de OLEOFER, en cuyo emplazamiento estratégico se proyecta un importante centro de oleoturismo, pionero en la comarca y del que iremos incluyendo detallada información en este blog. Aquí se ha rescatado el histórico nombre de TIERRAS DE TAVARA, que ha sido debidamente registrado y se utiliza como marca para un aceite de singulares características y una ya larga tradición familiar. Muy cerca se encuentra también la sede del Consejo Regulador de la Denominación de Origen Sierra de Segura, que fue pionera y garantiza la procedencia y la calidad de la producción del aceite de oliva virgen extra que aquí se produce.

Tavara fenicia, citada por Ptolomeo, Segisa griega, Castrum Altum romana, Chacura árabe. En esta región habitaron numerosos pobladores, y casi todos han dejado su impronta de una u otra forma. Me acerco a Segura de la Sierra, “fundada sobre peña viva”, pueblo blanco, limpio y pintoresco, con un castillo de origen árabe que nos recuerda que en la época de los fragmentados reinos de taifas, en los siglos XI y XII, Segura fue uno de ellos durante unos pocos años y gozó de notable importancia, como lo acreditan no solamente su fortaleza y baños árabes, sino también un elenco de personajes importantes de aquella época, que incluía poetas, médicos y juristas. En 1214, los cristianos reconquistan la villa y enarbolan la bandera de la Orden de Santiago en la torre del homenaje del castillo, y se desarrolla una boyante economía en torno a la industria maderera y una nada desdeñable actividad cultural en la época del Renacimiento.

Aparco cerca de la Iglesia y asciendo hasta un pequeño parque, sentándome en un banco para disfrutar de una vista privilegiada a la hora del atardecer. El pueblo es blanco, pequeño, coqueto y con encanto, y no en vano se han establecido en esta localidad y en sus alrededores numerosas casas rurales y restaurantes. No sé de quien partió la idea, pero estoy convencido de que el turismo rural es lo mejor que se ha sabido hacer en toda España en las últimas décadas.

Inesperadamente, una placa en una antigua casa encalada me devuelva a mi época de estudiante, pues indica que hacia 1440, aquí nació y pasó su juventud el poeta Jorge Manrique.

Recuerde el alma dormida
avive el seso y despierte
contemplando
cómo se pasa la vida
cómo se viene la muerte
tan callando…

Es la hora de descender a las tierras bajas. La carretera va serpenteando, camino de Orcera. Hay que bajar las ventanillas, porque el aire puro y el aroma de plantas aromáticas lo impregna todo. En este bosque mediterráneo hay más de un millar de especies, algunas de ellas originales y precarias, como las violetas, geranios y narcisos autóctonos. Y una fauna riquísima, que incluye las ovejas de raza segureña como las que se le escaparon a mi amigo José Antonio y se hicieron salvajes, aunque esa es otra historia que ya contaremos en otra ocasión. A la derecha y a la izquierda, los olivos y los pinares. El fascinante mundo del aceite de oliva virgen extra, que es oro líquido, me ha atrapado definitivamente.

Texto y fotos: ©Álvaro Cabeza Martí-2013

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